Me encanta recordar cuando leía a mis hijas en la cama, por la noche cuando iban a dormir o, abrazadas a mí, en el sofá del salón.
Me gustaba mucho leerles en voz alta, no me importaba incluso repetir una y otra vez el mismo libro cuando ellas lo pedían.
Me gustaba leer en voz alta en la escuela con “mis niños” a puerta cerrada.
Me gusta leer en voz alta a mis sobrinas cuando vienen de vacaciones ya que son unas auténticas devoradoras de historias.
Me encanta poner voz de ogro, de princesa, de bruja, de enanito o de flor; cantar las cancioncillas de algunos cuentos, reir cuando los personajes ríen o llorar con los sucesos tristes.
Creo que tengo allá en el fondo de mi alma un poco de “teatrera”. ¿Y quién no? ¿A quién no le gusta que con el encanto de su voz y ayudada de una buena historia, los que están a su lado, abran los ojos y se trasladen a otros mundos?
¡Es la magia de la lectura en voz alta!
Pero cuando pienso en “leer en voz alta” me viene también a la memoria con una sonrisa irónica y triste (triste, porque ya no están con nosotros) una anécdota que contaba una amiga entrañable, Isabel, sobre su hija. La habían adoptado hacía menos de un año, venía de Rusia y tenía 11 maravillosos años llenos de ganas de aprender y comerse el mundo.
En el colegio su empeño era hacer lo mismo que todas las demás niñas y niños de su clase. Una de las actividades cotidianas era una lectura en voz alta de un mismo texto, donde la maestra iba dando paso por orden, a toda la clase.
Ella reconocía a su madre que no se enteraba de la lectura pero había descubierto que la maestra daba paso cada vez que había un punto y aparte y siempre en el mismo orden.
Así ella, cuando comenzaban, contaba el número de párrafos y cuando llegaba al que le iba a tocar, lo ensayaba una y otra vez hasta que llegaba su turno, para que le saliera lo mejor posible.
¡Que actividad tan horrenda! parecía casi en extinción pero está volviendo a reproducirse como la mala hierba, ahora que desde la nueva Ley de Educación se “obliga” a media hora de lectura. ¡Terrible, pero cierto!
Os propongo buscar otros modos, otras excusas, otras maneras mas creativas de trabajar la lectura en voz alta.
Los recitales de poesía, son también un buen pretexto para leer y releer en voz alta. A veces, cuando se hacen varios ensayos, los oyentes pueden aburrirse, pero la cosa cambia si tienen papel y lápiz y le damos función a la escucha, por ejemplo, ir anotando “consejos para mejorar”.
Las tertulias literarias: cada cierto tiempo nos reunimos y cada niña o niño elige un párrafo del último libro que ha estado leyendo para compartirlo. Debe explicitar porqué lo eligió, de este modo trabajamos también la argumentación.
Leer a otras clases, sobre todo si se trata de ayudar a los más pequeños del cole, puede ser una buena manera de trabajar la lectura en voz alta, podemos leerles cuentos, informaciones de enciclopedias, biografías de personajes...
Seguro que si empezamos van saliendo excusas, proyectos, ideas, en definitiva, modos diferentes de hacer que leer en voz alta tenga sentido, sea divertido y útil, y sobre todo, nos de la oportunidad de enfrentarnos al público con la seguridad de alcanzar el éxito.
¡Qué razón tienes! A mi también me encanta leer en voz alta. Me encanta poner voces, caras, emoción y sentimiento en lo que transmito. Pero sobre todo, lo que más me gusta es ver los ojillos chispeantes, sus caras de sorpresas o sus amplias sonrisas sonoras. Todo ello me emociona y me hace disfrutar de ese momento, y me hace ser consciente del gran privilegio que tenemos de acercar a nuestros niños y niñas a libros fantásticos ¡ME ENCANTA!
ResponderEliminarYo también disfruto enormemente leyendo en voz alta a todo aquel que quiere escuchar. Hace unos años un ponente -no recuerdo su nombre-en un curso de bibliotecas inicio su sesión con un cuento y comentó que lo hacía en todas sus clases. Así que seguí su ejemplo y me gusta comenzar mis clases leyendo algo en voz alta (aunque voy cambiado los tipos de texto). es increible pero pasado un tiempo, no se te ocurra empezar sin leer, porque te lo recuerdan 25 personitas y si tu no quieres, siempre están ellos dispuestos a sustituirte.
ResponderEliminarPOR LA LECTURA
Yo en los últimos tiempos, lo hacía al final de clase, guardábamos todo 15 minutos antes para que yo les leyera algo, unas veces poesía, otras un cuento, otras un párrafo de alguna lectura mía, una biografía y otras un libro poco poco, y no te dejan fallar ni una sola vez ¡les encanta!
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