domingo, agosto 26, 2012

Perder la infancia


Los libros no los elige uno, son ellos quienes nos eligen (Ernesto Sábato)


Llevaba tiempo sin encontrar un libro de esos que te cuesta cerrar  hasta que no lo acabas, de los que hacen que la comida salga tarde, o de los que te quitan el sueño antes de ir a dormir, en lugar de hacer de sedante.
Y por fin hace unos días encontré uno, cuando comencé a leer “La isla de los caballeros” de Toni Morrison
He llegado a él gracias a otro libro: “las mujeres que escriben también son peligrosas” donde me entero que Toni Morrison fue la primera mujer negra que recibió el premio Nobel de literatura y una gran combatiente en favor de los derechos civiles, con un gran compromiso con la lucha en contra de la discriminación racial.

El libro nos adentra en la vida de siete personajes, a través de los cuales exploramos todo un mundo de sentimientos y modos de vivir diferentes y profundos, que nos llevan a reflexionar sobre el modo en que la cultura nos dirige la vida, pero también, sobre las actitudes vitales tan diferentes que personas de una misma cultura pueden llegar a tener, o el modo en que unas culturas influyen en otras.
La emancipación femenina y la dificultad añadida a ser mujer que representa ser negra, así como la relación entre generaciones están también muy presente a lo largo de toda la novela.
Pero la novela te llega sobre todo porque te lleva de la mano de sus personajes a vivir todo un mundo de emociones muy profundas, sentimientos contradictorios, luchas internas en las que cada uno de los personajes intenta ser feliz, o al menos sobrevivir de la mejor manera posible.
Cuenta una historia desde el interior de las personas , de sus deseos, sus sueños, sus miedos, sus fracasos, sus mentiras...
Es una novela en la que los tiempos no son lineales y es en esas continuas idas y venidas a través del tiempo en las que consigues entender la complejidad de los personajes.
Y un poco de soslayo, a través de un personaje muy presente en la historia (el hijo de Valerian y Margaret), pero que no llega a aparecer en escena, hila un relato impactante, que a mi me conmocionó especialmente cuando casi al final del libro acabas engranando todas las piezas que te ayudan a entenderlo.
Y aunque tal vez no sea un tema fundamental en el libro,  no puedes dejar de pensar como la infancia de las personas tiene una enorme importancia en su vida futura. Cómo, ese niño que fuimos o que nos dejaron ser, no nos abandona nunca y de que manera tan fuerte marca nuestra existencia.
Finalicé su lectura y sin acabar de decidirme por el siguiente, en el calor sofocante del medio día, decidí ponerme en el ordenador una de esas películas que guardo en la carpeta “pelis de Ana” y que siempre son un acierto ya que me las elige mi hermana Ana que es un sol de hermana y tiene la enorme capacidad de saber siempre lo que me gusta.
Pero en este caso ocurrió una de esas casualidades que yo siempre pienso que no ocurren “por casualidad” y acabé viendo “Mis tardes con Margueritte” una película preciosa en la que Gérard Depardieu encarna a un personaje entrañable que de nuevo me lleva a esa reflexión, medio de madre, medio de maestra, medio de niña, en la que siento la tremenda responsabilidad que tienen las personas cuando les corresponde educar a una criatura ya que están decidiendo cual será su vida adulta.
La fragilidad de la infancia se presenta en esta dos historias que llegan a mis manos de forma impactante y no puedes pasar por ellas sin compartir el dolor inmenso con todas las criaturas de este mundo que sufren la peor de las carencias, el afecto y el cuidado de quienes tienen la obligación de quererles.




Y acabo con una narración que se escucha durante los títulos de crédito de la película que me parece preciosa:
Fue un encuentro poco corriente entre el amor y la ternura.
En su camino no había duda, tenía nombre de flor, vivía rodeada de palabras, adjetivos traidos por los pelos, verbos que crecían como la hierba.
Algunos se colaban de forma oscura, pero ella atravesó mi cascarón y se coló con dulzura hasta mi corazón.
En las historias de amor no siempre hay solo amor, a veces no hay ni un te quiero y sin embargo, queremos.
Fue un encuentro poco frecuente, la conocí por azar en un banco de la plaza, no abultaba mucho, no era más grande que una paloma con sus pequeñas plumas, alli estaba rodeada de palabras, nombres comunes como el mio.
Me dio un libro, ñuego otro, páginas que estallaron ante mis ojos.
No te mueras todavía, tienes tiempo, espera, no es tu hora pequeña flor, dame un poco más de tu vida, espera.
En las historias de amor no siempre hay solo amor, a veces no hay ni un te quiero y sin embargo, queremos.